Enza García Arreaza (Venezuela)
2002, Caracas
A veces pienso que lo único importante que hacemos en esta casa es comer. No somos gordos, pero todo parece girar alrededor de ese estridente momento, donde engullimos grasosos bocados y nos odiamos en secreto y queremos desaparecer. De paso, cuando la muerte está así de cerca, lo digo en el caso de mis padres, cualquier cosa sirve para creerse el héroe del día. Mi madre, por ejemplo, actúa como si hubiera dado con la cura del cáncer cada vez que pone la mesa. ¿Ese es mi futuro? Tengo quince años y no creo en el futuro.
Pero a mi hermano mayor lo asesinaron en una manifestación. Entonces dejamos de comer juntos.
2017, Lisboa
Me casé con un compañero de la universidad, cometimos un error en los cálculos y primero vino un niño y después otro. Ellos tienen diez y siete años, el varón y la hembra. En la boda sonó un vals de August Nölck, todavía lo oigo a veces. Empecé a sospechar cuando noté que se ponía nervioso mientras trabajaba en su novela. Es evidente, casi estúpida, la forma en que el lomo de un ser humano se tensa cuando está chateando con alguien especial. Monté la cacería y luego de las pesquisas correspondientes, descubrí que Ismael se había citado con una alumna del postgrado. A los tres días de batalla no pudo negarlo más:
–Me gusta. Es brillante.
–Ah, es brillante, no es que te la quieres coger.
–También me la quiero coger, pero me llena en otros sentidos.
Viajé con los niños a Madrid. Fui a un concierto, interpretaron piezas de August Nölck. Una amiga con varios años instalada me ofreció un puesto en su negocio. El divorció nos dejó muy cansados, fui a terapia. Una noche me di varios pases, fue mi primera vez, fue en una fiesta, y casi lamenté no estar en Caracas con los amigos.
2019, Lavapiés
Mi hijo prefirió vivir con su padre. Se expresa mejor en portugués y nos visita en vacaciones. Dice que me quiere, pero que desea ser profesor como él. Le gustan los libros, esos libros. Supongo que le gustan también las alumnas del postgrado que van al apartamento.
Mientras tanto, trabajo de coordinadora en un instituto de nuevas profesiones. Mi jefa dice que mis habilidades humanas le han servido para no perder el control del negocio, un proyecto que ella y su marido acariciaron por años. Me pregunto cuáles habilidades, supongo que recordarle cuándo hay que pagar los impuestos.
Mientras tanto, Abril y yo cenamos juntas. Yo le cuento mi jornada en la oficina y ella me cuenta su día en el colegio. Le gusta pintar, por eso cada semana le traigo algún juego de pinceles, crayones o lienzos. Cerramos el balcón de casa y lo convertimos en su estudio.
Esta madrugada se despertó y fue a buscarme.
3:33 am
–Mamá, hay un hombre en mi cama.
No tenía los ojos abiertos cuando ya estaba de pie con ella en brazos.
–¿Qué dices, Abril?
–Sí, mamá. Hay un hombre en mi cama.
¿Qué debía hacer? ¿Llamar a la policía? ¿Gritar? ¿Asegurarme de que lo dicho por Abril era cierto? Me había quedado dormida oyendo a Nölck, fue un sueño casi apacible, no podía creer en nada más.
–Pero Abril, ¿cómo es eso?
–¡Te digo que he visto a un hombre! He venido a decírtelo con mucho cuidado, creo que no se dio cuenta de que me bajé de la cama. Cuando se arropó me tomó de la mano y luego se durmió.
Fui al cuarto y no era nada. Solo unos cuantos cojines y el viento. La sombra de un pequeño dragón que ella había moldeado hacía juego con las luces de afuera.
–Abril, por Dios –dije.
Pero ella me miró con cansancio y tristeza, decepcionada. La dejé dormir a mi lado el resto de la madrugada, mientras oía a Nölck de nuevo.
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