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Medio hermano

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Sergio Gaiteri (Argentina)

«Y aquel temor de no servir para nada…»
José Carbajal

1

La primera vez que Carlos vino al departamento traía en una mano una copa de esas grandes, que parecen globos. En la otra mano traía un cigarrillo. Entró haciendo un paso de baile, sacudiendo la cabeza y los hombros. Agarraba la copa de la base, con dos dedos. La hacía girar con un movimiento de la muñeca, como si le diera cuerda. En el fondo de la copa había vino tinto. Acercó el borde de la copa a la nariz. Aspiró. Contuvo el aire y lo largó de golpe. Hizo otro paso de baile, con la cabeza y los hombros. Dijo: Acá hay por lo menos cincuenta pesos. No, me quedo corto. Acá, en estas gotitas, debe haber como cien mangos. Mamá se rió y le hizo un gesto con las manos para que bajara el volumen de la voz.

Carlos estaba colorado. Carlos es colorado, pero esa noche tenía unas manchas rojas con bordes blancos repartidas en algunas partes de la cara y en el cuello. No se las volví a ver. Esa noche estaba borracho. Era raro ver a un borracho así, de saco y corbata.

Los dos estaban parados al lado de la puerta.

Yo los miraba desde la mesa del comedor. Trataba de hacer los deberes. Estaba solo porque Lucas se había ido. Empezaba a hacerse de noche y todavía no había prendido la luz grande, la que está justo arriba de la mesa.

Carlos le dio una pitada al cigarrillo haciendo fuerza con los labios. Se lo sacó de la boca y lo miró. Estaba apagado. Abrió la puerta y lo tiró al pasillo. Levantó la copa y tomó de un trago todo el vino que quedaba. Se limpió la boca con la manga del saco. Estiró un brazo y le levantó la pollera a mamá. En ese mismo momento mamá vio que yo los estaba mirando. Mamá agarró la mano de Carlos y se la sacó de encima. Se acercó. ¿Qué estás haciendo, qué hacés al oscuro?, me preguntó. No alcancé a contestarle. Me dijo que juntara mis cosas y me fuera a la pieza. Agarré un par de cuadernos, el libro de inglés y la cartuchera. Pasé cerca de Carlos, le dije buenas noches, señor. No me contestó. Antes de meterme en la pieza escuché que le preguntaba a mamá si tenía cigarrillos. Mamá le dijo que ella había dejado de fumar, pero que si él quería bajaba al kiosco de la avenida a buscar una etiqueta.

2

Esa noche Lucas estaba en Capital Sur, en la casa del padre.

Hacía varios días que estaba con Eduardo porque le tenían que hacer los estudios para la operación del oído. Mamá ayudó, hizo los trámites en la mutual para conseguir la prótesis. Pero fueron Eduardo y la mujer los que se encargaron de la parte de los médicos y la clínica.

A veces yo también voy con Lucas a la casa de Eduardo. Sobre todo en las vacaciones, en enero y febrero. Eduardo nos hace socios a los dos de la pileta de Barrio Parque. Lucas va a la Escuela de verano y yo me quedo por ahí, mirando algún partido de tenis o dando vueltas por el club.

La operación de Lucas no se pudo hacer en ese momento porque no daba el peso para la anestesia. Había que esperar que creciera un poco más. Por lo menos tres  o cuatro kilos. Según Eduardo, era una operación de lo más fácil, le tenían que separar unos huesitos de adentro del oído y ponerle la prótesis, pero el peso era muy importante.

Eduardo es hincha de Instituto. Una vez nos llevó a la cancha de Alta Córdoba. Una sola vez y no volvimos más. A mí no me interesa el fútbol. No se lo dije, pero él se dio cuenta. Y a Lucas, las bombas de estruendo y los gritos de la gente le hacían doler la cabeza. Hay ruidos que cuando pasan por los audífonos le hacen mal. Eso es algo que no se puede corregir. No se los puede regular. A Lucas le gusta ver partidos en la tele. Dice que es hincha de River. Tiene las carpetas forradas con el escudo de River. Yo no tengo cuadro. Los partidos de fútbol me aburren, prefiero mirar películas.

3

Yo conozco a papá solamente por fotos y por el video del casamiento de la tía. Se lo ve de lejos. Sale bailando, saltando al medio de la gente. Mamá dice que vino a vernos cuando yo tenía seis años. No hay caso, tengo otros recuerdos de esa época, pero nada de la visita de papá. Vive en Estados Unidos, en Los Ángeles. Es actor, pero trabajó muchos años como cocinero en el restaurante de otro argentino. Mamá dice que la última vez que habló por teléfono le dijo que había dejado la cocina, que estaba viviendo de hacer doblajes de series de televisión, y que ya no pensaba en volver.

4

Mamá trabaja para una agencia de promotoras. Por eso lo conoció a Carlos. Ese día estaba en una degustación en el stand de Chandon. Carlos fue ahí porque es dueño un supermercado de bebidas en Barrio Jardín. Tenía una camioneta de las nuevas, de esas cerradas, con cúpula. Lucas decía que era una Ranger.

Mamá hizo distintos trabajos, pero siempre vuelve a la agencia. Dice que se tiene que buscar otras cosas, que después de los treinta y cinco se acaba el tema de las promociones. Últimamente trabajó como moza en un bar de Villa Allende. Estaba contenta, le gustaba, pero parece que se peleó con el dueño por un problema de plata. El año pasado, para la época de navidad, entró a una casa de ropa en el Centro. Se cansó, duró un mes. Mamá nunca dice de verdad cuántos años tiene. Hace mucho que no festeja su cumpleaños. Cumple tres días después de Lucas, el veintiuno de marzo. Yo no le pregunto ni le digo nada. Para mí hacer rato que pasó los treinta y cinco.

5

El cine me gusta desde que era chico. Según mamá lo traigo en los genes. Lo dice por papá, claro. Ella no tiene paciencia ni para terminar de ver una película en dvd. De lo que sea, de acción, romántica. Aguanta un rato, pero siempre pasa lo mismo, dice que tiene otras cosas que hacer y se levanta del sillón.

Mamá se enojaEl-Aliento-del-Dragón-001 conmigo porque algunas veces no llevo a Lucas al cine. Es injusta. Lo llevo casi siempre. Lo que pasa es que algunas películas son prohibidas para menores de dieciséis. Lucas tiene doce y, aparte, parece que tuviera mucho menos. Le he explicado a mamá que no son películas de sexo, que son películas raras, y que yo tampoco sé por qué las ponen prohibidas. Ella me contesta que vaya a ver otras. No hay caso, no entiende nada. Como si ir al cine fuera sentarse y mirar cualquier cosa. Yo me informo. Veo los avances y anoto en un cuaderno las que me parecen más o menos buenas. También leo el diario de los miércoles para ver las novedades.

Lucas prefiere las películas subtituladas. No alcanza a leer todas las palabras, pero en general entiende las tramas sin que yo le explique. Antes de entrar al cine va al baño y se saca los aparatos. Me los da a mí para que se los guarde. Los cines del shopping tienen el sonido muy fuerte. A veces entra un ruido de golpe o una música que lo aturde. Cuando aparecen los títulos finales, Lucas me pide los aparatos y va al baño para volver a ponérselos. Me espera afuera, en el hall. Él ya sabe, a mí me gusta quedarme clavado en la butaca hasta que desaparecen los títulos, hasta que se acaba la música y la pantalla queda oscura.

6

Carlos pasaba a visitar a mamá algunos que otros días de semana, siempre a la hora de la siesta. Si Lucas y yo estábamos en el departamento, se iban a algún otro lado, sino se quedaban ahí mismo.

Yo prefería no estar, pero nunca sabía qué hacer. Carlos no tenía días fijos.

La tarde anterior al día de la operación de Lucas, Carlos llegó al departamento como siempre, como si no pasara nada. Estábamos todos alterados. Eduardo llamaba a cada rato para saber cómo andaba Lucas. Le pedía a mamá que agarrara el termómetro y le tomara la temperatura. Mamá le decía que se quedara tranquilo, que Lucas no tenía fiebre. El tema del peso esta vez venía bien. Lo que preocupaba a Eduardo era que Lucas estuviera resfriado.

Lucas estaba enojado. Se había encerrado en la pieza. No quería salir. Carlos preguntó por qué no hacíamos algo para pasar el tiempo. Por qué, por ejemplo, no nos íbamos al cine. Mamá le dio la razón. Carlos metió la mano en el bolsillo del saco, buscó un billete y me lo dio. Era de cien. Lo guardé. Fui a la pieza y le conté a Lucas que me iba al shopping. No hizo falta decirle nada más. Mamá entró y lo ayudó a vestirse. Lo abrigó bien para que no tomara frío.

7

Desde el departamento hasta el shopping hay cinco cuadras. No hablamos una palabra. Lucas no quiso saber a cuál de los cines íbamos ni qué película daban. Cuando llegamos fue directo al baño para sacarse los aparatos. Yo me puse en la cola para comprar las  entradas. Había tres o cuatro personas. A esa hora siempre hay poca gente. Me atendió un chico nuevo. En esos cines siempre están cambiando de vendedores. Le pedí dos entradas para la sala tres. Me las había dado, ya las tenía en las manos, cuando volvió a mirar el billete con más atención. Lo puso en una de esas máquinas que controlan si son falsos. Me miró. Le dijo algo al cajero que tenía al lado. Me pidió que esperara. La señora que estaba atrás mío le dijo que se apurara, que la película de ella ya había empezado. El chico se puso más nervioso que yo y me quiso arrebatar las entradas de la mano. Yo me corrí a un lado. Las entradas se cayeron al piso. La señora gritó. En ese momento se acercó uno de los guardias que estaba cerca de la escalera mecánica y me agarró del brazo. Me lo apretó. Y también en ese mismo momento Lucas salió del baño con los aparatos en la mano y vio lo que estaba pasando. Vino corriendo y gritando de esa manera que grita cuando se queda aislado de todo. Le sale una voz que no parece de él. No dice ninguna frase, no se le entiende nada. El guarda lo vio venir. Habrá pensado que le iba a pegar. Me soltó a mí y lo agarró a Lucas. Lucas forcejeó. Se tiró al piso hecho una bolita y se largó a llorar. Se tapaba la cara con las manos. Yo me paré al frente del guardia, lo miré fijo a los ojos y le pedí por favor que no lo tocara, que lo dejara donde estaba. Le expliqué que era mi hermano, que no escuchaba nada, que yo le iba a hablar y lo iba a tranquilizar. Vinieron corriendo otros guardias. Apareció gente por todos lados. Gente que salía de los cines para ver qué pasaba, para saber de dónde venían los gritos. Traté de separarle las manos de la cara, pero era imposible. Lucas tenía todo el cuerpo duro. Le acaricié la cabeza un buen rato, le di un beso en las manos. Se quedó quieto. Se aflojó. De a poco fue dejando de llorar. Alguien me tocó el hombro y me preguntó si hacía falta un médico. Sin darme vuelta, le dije que no. Esperé hasta que Lucas se quedó en silencio. Lo ayudé a levantarse, le acomodé un poco la ropa y agarrados de la mano buscamos la salida. Una chica nos corrió hasta la puerta del shopping y me dio los audífonos. Dijo que estaban tirados en la escalera.

8

Al otro día lo operaron a las ocho de la mañana. Salió del quirófano a las diez y media. Según los médicos todo resultó como ellos esperaban, pero lo mismo lo tienen que operar otra vez para unos retoques. Eduardo se enojó, armó un escándalo bárbaro. Dijo que él iba a ver qué hacer con Lucas, que eso no era lo que a él le habían explicado.

Carlos vino dos o tres veces más al departamento y de golpe desapareció. Yo nunca le conté a mamá lo que pasó esa tarde en el cine. Y no creo que Lucas lo haya hecho. No, no creo.

Mamá sigue en la agencia, pero ya no trabaja más en eventos. Se encarga de todo lo que tiene que ver con la organización. De buscar las chicas y prepararlas. Según ella, si todo sigue así el año que viene nos mudamos a un lugar más grande, a una casa,  para que cada uno tenga su propia pieza.

Sergio Gaiteri (Córdoba, Argentina, 1970). Autor de Los días del padre y otros relatos (cuentos, 2005), Certificado de convivencia y otros relatos (cuentos, 2007, Primer Premio Fondo Nacional de las Artes (Argentina), Nivel Medio (novela, 2010), La moza (nouvelle, 2010) y Trabajo social y otros relatos (cuentos, 2011), Segundo Premio Luis de Tejeda 2010 (Córdoba).


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